
Aunque la percepción generalizada es que consumir sustancias no mejora la experiencia sexual, los datos indican que esta práctica está muy extendida entre la juventud. Según el último informe del Centro Reina Sofía de FAD Juventud, el 70% de los jóvenes ha tenido relaciones sexuales bajo los efectos del alcohol, y un 28,6% lo ha hecho tras consumir drogas como cannabis, MDMA, cocaína o popper.
La mayoría de estas experiencias se producen en contextos de ocio nocturno, donde el alcohol se percibe como parte del paisaje. Sin embargo, las consecuencias son preocupantes: embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual (ITS), prácticas sexuales sin protección, consentimiento dudoso y arrepentimiento posterior.
Riesgos que no se perciben como tales
Pese a la evidencia, muchos jóvenes no perciben estas situaciones como peligrosas.
- El 74% cree que no hay riesgo de contraer una ITS.
- El 68% no considera probable un embarazo no deseado.
- Y, sin embargo, uno de cada tres jóvenes que consume drogas antes del sexo ha vivido un embarazo no deseado o ha contraído varias ITS.
Consentimiento en entredicho
Uno de los datos más alarmantes es que el 37% de los chicos reconoce haberse aprovechado del estado de embriaguez o colocón de otra persona para intentar tener relaciones sexuales. Muchas chicas expresan dificultades para frenar, poner límites o incluso recordar lo ocurrido. El consentimiento, en estos contextos, se diluye y se vuelve confuso.
Educación sexual deficiente
Aunque el 90% de los jóvenes afirma estar bien informado sobre sexualidad, solo la mitad ha recibido una formación adecuada en casa o en el colegio. La mayoría recurre a internet, amistades o porno para resolver sus dudas. La educación sexual sigue centrada en lo biológico, dejando fuera aspectos clave como el consentimiento, el placer, la comunicación o la gestión de riesgos.
¿Qué podemos hacer?
La prevención no puede quedarse solo en dar datos: es imprescindible hablar de emociones, de género, de poder decir que no y de cómo se expresa el deseo. Hay que empezar en casa, con conversaciones honestas y sin tabúes. Porque lo que no se habla en casa, se aprende fuera… y no siempre bien.
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